Para ti
un holocausto de algas en la noche
una luna en el mar
pulsando una cuerda
cada lágrima muda
del violín de los días.
Y yo por ti alzando estatuas en la arena
levantando las piedras a la sombra de un beso
que tú me diste
y arde en la bahía
que tú me diste
y fue más que una ola,
más que un temblor de peces
que emergiera de pronto
del silencio del agua.
Cuando vuelvas tus ojos
a las orillas rotas del invierno
y envuelvas en un sueño
las pupilas de sol que fueron mis enigmas,
cuando al caer la noche
el mar no se levante
y la luna salvaje se entumezca
en la niebla lejana de los muelles,
cuando guardes los pies
en un cofre de hielo y no se encienda
el último candil legítimo en el acto,
aunque ya no te acuerdes
de la costa escarpada
que derramó la sangre de los héroes
y recibió la luz de múltiples auroras
yo te estaré esperando en la bahía
como si fueras tú
el próximo crepúsculo.
Aunque ya no me escuchas
cuando llora mi voz por las paredes
y vuelvo a ser un náufrago del día
y el único horizonte
que dibujan las sombras
que sea mi canción
viento en la era
abrazo de cristal, arrullo, gozo,
que sea sustancial como un latido
o luciérnaga leve que no pese
que no pese en tus pies,
aunque los bese
pues sólo puede ser polvo encendido.
Otro día sin ti
sosteniendo la noche
con el rostro mojado y la tristeza
desatada de súbito.
Otro día en el mar
que me negó el acoso de las olas
cuando más deseaba
naufragar en la espuma.
Otro día sin límites
en el ocaso bronco
de las gaviotas ágiles de antaño.
Otro día soñando en el hechizo
del azar de tus alas
buscando el pan del beso
acercándome vana, inútilmente
a la orilla encantada de un otoño
que escribe en cada hoja
mi soledad sin ti.
Cúanto debo a la luz,
al mar entusiasmado y a la tarde,
a la flecha temprana
que penetró el silencio
y me inundó de gozo,
cuánto te debo al fin
-hilo por hilo-
no es un collar de cuentas infinitas
sino tu voz varada en mis raíces.
Luis Natera.
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